Simplemente, necesidad fisiológica...


En la residencia de estudiantes, estábamos todos agotados por el calor. No nos faltaban en la nevera limonada, bebidas energéticas y todo lo que pudiera refrescar o calmar la sed. La habitación más cara de la casa había quedado libre, porque quien la ocupaba se había marchado de vacaciones. Esa habitación tenía algo especial, acogedora, tamaño ideal, una vista preciosa…era diferente. Una tarde cuando los demás decidieron pasear, me quedé sola y empecé a caminar por la casa como si fuera la vigilante nocturna. Entré y me senté en un cómodo sofá individual, de cuero, castigado por los años pero aún elegante. Estaba situado en un rincón. Al sentarme me dejé caer hacia atrás y estiré las piernas, mientras los brazos colgaban por ambos lados observaba el techo y su decoración. Fuera escuchaba algún que otro grillo, las gaviotas, timbres de bicicletas…los sonidos típicos de verano. La cortina se movía por un aire más bien cálido que no se agradecía. De pronto me sobresalté, supe que no estaba sola en la habitación. Justo enfrente me observaba una chica en silencio, llevaba una camisa igual que la mía y ninguna de las dos hizo un gesto de saludo o de interés por saber qué hacíamos allí. También tenía los ojos verdes, nuestras miradas no se apartaban. Un tanto confusa decidí no molestar su intimidad y continuar con la mía, entonces miré la ventana y el paisaje que sólo ella abarcaba. Sin embargo, sentía curiosidad por saber qué hacía allí…y con un movimiento disimulado de la cabeza veía como me miraba con la más absoluta normalidad. Así que en un momento de serenidad, la miré y le sonreí a lo que respondió de igual manera. Analicé su aspecto, tenía un toque descuidado que la hacía atractiva y su mirada no era nada desafiadora, éramos muy parecidas. Sin plantearme nada más sobre ella miré mis muslos y, sin pensar, comencé a desabrochar los botones de la camisa dejando que asomaran las primeras curvas de mis pechos. La miré y observé que ella seguía mis mismos pasos. Después me incliné en el sofá, bajé la cremallera de la falda y dejé que deslizara por mis piernas hasta llegar al suelo. Ella miraba. De cintura para abajo no veía qué llevaba puesto, me lo impedía un baúl justo en el medio. El atardecer había dado todo de sí y la habitación estaba llena de una oscuridad inocente. Sin ningún tipo de timidez empecé a acariciar todo mi cuerpo frente a ella, principalmente los muslos por dentro, por fuera…mi dedo bordeó la circunferencia del ombligo, subió lentamente por el costado hasta oprimir suavemente un pecho, se desvió por el cuello para perderse en el cabello y volver a realizar otro recorrido diferente por los hombros, un brazo, todo el estómago hasta llegar al monte de Venus. Mi piel gozaba de una suavidad creada por la crema que en ese momento mis dedos agradecieron. Seguía allí, sentí su excitación y descubrí la mía, no me detuve. Subí las piernas y desarrollé el juego con mi propio cuerpo a través de una delicadeza que parecía desesperada, acariciando todo lo que encontrara a su paso, la miraba y sentía como mi temperatura corporal aumentaba. La mezcla de olores, que había en aquella habitación, digna de la estación calurosa, las flores del jardín, mi cuerpo y el de ella hacía que sintiera una necesidad sexual justificada, que por minutos me transformaba en un animal de la naturaleza libre de todo prejuicio. Allí estaba quieta tan excitada como lo estaba yo, participando de aquel silencio que invitaba a más. En el momento adecuado hice que mi mano atravesara el monte de Venus para llegar a mi parte femenina, el clítoris. Comencé a acariciarlo lentamente mientras me retorcía en aquel sofá que entonces era mi segundo testigo además de aquella. Los dedos ahogados en un baño cremoso demostraron toda su agilidad y compenetración, hasta tal punto que no pude evitar morderme los labios a la vez que gemía…el final placentero frente a mi compañera me hizo sonreír agradecida por su comprensión y compañía. Y poco a poco dejé que mis párpados dominaran la situación haciendo que entrara en un estado de relax y tranquilidad que me hipnotizaba de la misma manera que lo hace el péndulo de un reloj.