La ventana

Pasaba todos los días por allí, casi siempre a la misma hora tanto en invierno como en verano. Y cuando llegaba al edificio de color azul, miraba la ventana y allí estaba ella, sentada, bien peinada, con una chaqueta puesta sobre los hombros, sonriendo al espacio que sólo su ventana la dejaba ver. La primera vez que la vi me sorprendió la alegría con la que me decía hola detrás del cristal y a pesar de no conocerla, le respondí. Al día siguiente igual, también el miércoles y así pasó la semana, varias semanas hasta que se conviritó en una costumbre y su saludo, incluía un beso volado con una sonrisa que a veces lograba que se levantara de la silla. Y aquella felicidad tan espontánea y breve solo dependía de otro saludo, una sonrisa y también un beso. Nunca me olvidé de saludarla y pasar por allí dejó de ser tan rutinario. Después de tantos saludos, de repente un día estaba la silla vacía, al día siguiente igual, también el miércoles y así pasó la semana. Dejé de verla y la última vez que pasé, la ventana estaba totalmente cerrada.