Iba caminando, concentrada en el sonido de sus pasos pisando la tierra. Golpeó una piedra pequeña, una, dos, tres, cuatro y cinco veces, miró al frente y observó el largo camino que no terminaba…por el camino recto se llega antes y es el más fácil, pero en ese instante era también el más aburrido, así que se desvió por un sendero que ni siquiera estaba hecho. Ahora escuchaba el crujiente sonido de las hojas de otoño y la brisa entre las ramas de los árboles, caminó más deprisa, más deprisa, más deprisa y echó a correr, corrió hasta una piedra mucho más grande que ella, la abrazó y respiró, mientras observaba una laguna a la que había llegado. En ella había un árbol solitario, a unos metros, una casa solitaria en la que vivía una vieja solitaria. Se enfrentó a aquella soledad y cuando llegó al árbol se sentó apoyada en su tronco, su respiración se agitó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Le dolía, le dolía mucho, puso su mano en el corazón y ese momento una mano castigada por los años la agarró separándola lentamente. Estaba tan preocupada por el dolor que ni siquiera preguntó quién era, la vieja dijo:
“Mi nombre es Soledad. Tranquila, no pasa nada, todos sienten angustia cuando llegan aquí, muchos por miedo y otros porque se han perdido, hay muchas razones pero aquí también el mundo está lleno de colores, de emociones, de decisiones y de vida. Esta laguna no es más que la soledad de muchos que han aprendido a descubrirse y a conocerse. Algunos deciden quedarse, para otros es simplemente un descanso y para otros es un castigo, en cualquiera de los tres no debes tener miedo, porque te puedo asegurar que de ella también aprenderás.”
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